el bosque del poema

la poesia debe estar siempre en la mano de los que la sienten, y en el futuro de los que no.

Soy

Escucha, perdóname si muero,
si soy yo misma quién pasea por la vida cortándolas el cuello a las horas que pasan sin más.
Si pretendo, con la noche pisándome los talones, seguir buscándome.
Si de lo poco que me queda del ayer no guardo en mi memoria mas que la esencia.
Sin duda soy yo.
No me planteo si el mañana estará completo por mi culpa;
por mi capacidad de elegir siempre otra cosa.
Yo no soy igual,
Yo no pienso en pensar, sólo pienso.

Hoja

Hace demasiado tiempo que no escribo sobre ti, lamentablemente, más del que un día imaginé.
Ahora entiendo porque nunca hubo un último; siempre querré volver a verte para darte otra vez algo de mi.
Hoy, de nuevo, la unión de dos recuerdos me han trasladado a aquel pasado, que ahora parece simplemente fruto de mi imaginación, pero el olor a actinomyceles y unas hojas en el suelo preparadas para ser pisadas por mi olvido, me llevaron a aquél banco desde donde observaba todo, desde el que pensaba, seguramente otro diferente al tuyo, pero seguramente en esos bancos todo pasó sin pasar nada.


No voy a negar que quizás lo eche de menos, te eche de menos, pero tampoco lo voy a afirmar. 
Simplemente diré que quizás El día nos volvamos a encontrar, sólo quizás, algo volverá.

Deseo de media noche

Me encontraba en medio de aquel salón tan elegante, con un bello vestido de color rojo intenso, cuando te acercaste a mi, me besaste la mano y me preguntaste si te concedía aquel baile.
Sin pensármelo dos veces cogí tu mano y me dejé llevar mientras la música de un violín nos sumergía en una mágica burbuja. Giramos y giramos, durante horas, y con la última campanada de media noche desapareciste. 
Durante mucho tiempo te busqué, creyendo que tu harías lo mismo.
Durante noches y noches lloré deseándote, añorándote... 
Un día un violín cayó en mis manos, y recordando aquella noche, aprendí a tocarlo para ti.
y así cada día a las 12 exactas de la noche, cogía mi violín y te llamaba con una triste y melancólica melodía  llorándole a la oscuridad.

Una noche, mientras tocaba en aquél bosque en el que e internaba buscándote, cuando las notas cesaron de salir de mi alma a través del violín, todo quedó en silencio, noté una respiración detrás de mi, y escuche como una voz me susurraba: - Te quiero- 
Me giré y al verte de nuevo te besé. 
Nunca supe porque despareciste, ni porque volviste a aparecer; no me hacía falta saberlo, porque por fin estabas a mi lado para siempre. 

Desde aquel día, todas las noches nos íbamos a ese bosque y rememoramos aquel día en el que regalaste tu amor otra vez.